domingo, 30 de enero de 2011

EL CRISTO DE SAN AGUSTÍN


Su historia se remonta, como poco, a los inicios del siglo XIV y fue para los sevillanos durante varios centenares de años objeto de una devoción tan grande como lo es hoy en día el Gran Poder. A la imagen del Santo Cristo de San Agustín acudía el pueblo ante cualquier calamidad, como las frecuentes epidemias de peste o las temporadas de sequía; era el Dios de la ciudad, el mismo al que ahora situamos en San Lorenzo.
Hoy descansa en su sencillo altar de San Roque como una imagen más de las que, por no salir en Semana Santa, apenas miramos cuando estamos en sus templos. Casi pasa desapercibido si nuestra mirada se obceca en buscar solamente el iluminado retablo del Señor de las Penas y la Virgen de Gracia y Esperanza. Pero ahí permanece, callado, humilde, acompañado sólo por un busto de una sobria dolorosa que viste un discreto velo de talla.
No es el original el que hoy conservamos. El fuego de la sinrazón, el que destruyó el templo entero con todas sus imágenes, calcinó su cuerpo en el 36, cuando ya su cofradía llevaba años extinguida. Pero Agustín (no podía llamarse de otra forma) Sánchez Cid se lo devolvió a Sevilla en 1944. Es una réplica, pero la esencia permanece.
La Hermandad de San Roque lo acogió como titular en 1990 y celebra cultos en su honor, entre los que se encuentra un vía crucis por las naves de la parroquia. No sale, sin embargo, a la calle. Y parece que ni siquiera la cofradía del Domingo de Ramos se lo haya planteado.
Mientras otras hermandades proyectan nuevos pasos para imágenes, recientes o antiguas, el Cristo de San Agustín sigue esperando, paciente, en su altar. ¿Quién sabe si algún día el que fuera el Señor de los sevillanos, a quienes escuchó en sus pequeños y grandes males durante siglos, podrá volver a pasearse por las calles para recoger nuevas oraciones de nuevos devotos? ¿Quién sabe si proyectará su sombra en la nocturna estrechez de Caballerizas? ¿Quién sabe?
De momento, sigue esperando, paciente, en su altar.

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