miércoles, 2 de febrero de 2011

EL DECRETO


Lee uno el decreto del arzobispo Asenjo sobre la obligatoriedad de que todas las hermandades admitan a las mujeres nazarenas y lo que siente es una cierta tristeza. Las cofradías tienen una dilatada historia que se sitúa como mínimo en el siglo XIV. Presumen por ello de haber sobrevivido a todo tipo de circunstancias políticas y económicas; de haberse sobrepuesto a las adversidades, como la invasión francesa, la desamortización o la República; y de haber sabido adaptarse a la intensísima evolución social de los últimos siete siglos para seguir hoy en día más activas y pegadas a la realidad que nunca.
Y, sin embargo, esas mismas cofradías han necesitado un exhorto pastoral de Amigo y, diez años después, un decreto de Asenjo (ante la indiferencia de algunas de ellas a lo dispuesto por su antecesor en la Archidiócesis) para que el derecho de cualquier hermano a vestir la túnica de su hermandad y acompañar a sus titulares por las calles sea también de las hermanas.
Han hecho falta dos arzobispos para recordarle a las cofradías que estamos en el siglo XXI y que mantener cualquier discriminación hacia la mujer está fuera de lugar en la sociedad a la que, al menos en esto, no se han querido adaptar.
La Quinta Angustia, el Silencio y el Santo Entierro (junto al Santo Entierro de Dos Hermanas) guardarán para siempre el “mérito” de haber sido las últimas en aceptar que una mujer pueda estar presente en sus respectivos cortejos. Menudo honor. Y la admiten no por su propia voluntad, sino porque el papá (representado aquí en los dos arzobispos) se ha cansado de decirle a sus niños (las cofradías) que lo que hacían no estaba bien y debían rectificar. Como, al parecer, las hermandades no han tenido tiempo (desde los años 80, en que comenzó la admisión de nazarenas) de hacer lo correcto por sí mismas, no ha habido más remedio que obligarlas para no tener que seguir escuchando las excusas de mal pagador que se han ido aduciendo durante largos años.
Es triste, sí, lo de esas tres (cuatro) últimas hermandades; pero no es menos triste que la aprobación de nazarenas en el Gran Poder ocurriera hace solamente un año, que este proceso en Las Penas de San Vicente tuviera que ser fruto casi de una rebelión de un grupo de mujeres de la hermandad, o que antes del sí definitivo, los hermanos de San Isidoro rechazaran a sus hermanas en 2001.
Ahora serán muchos los que digan que el arzobispo ha recurrido a un “baculazo”, que se ha metido en la vida interna de las cofradías y que hay que respetar la independencia y soberanía de éstas. Dirán lo que quieran, pero lo que ha quedado claro con el tema de las nazarenas es que hay cosas en las que a las cofradías no se les puede dejar solas.

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