miércoles, 17 de febrero de 2016

EL VÍA CRUCIS DE LA PROPORCIÓN CON EL CRISTO DE LAS CINCO LLAGAS


Medido y proporcionado. La Sevilla cofradiera vivió este lunes con el Santísimo Cristo de las Cinco Llagas, de la Hermandad de la Trinidad, un Vía Crucis de las Cofradías que resultó tan medido, tanto en los traslados como en el rezo de las diferentes estaciones en la Catedral, como proporcionado, sin excesos que desvirtuaran lo que se plantea como una meditación sobre la Pasión y Muerte de Jesucristo.
En un escenario grandioso, como es la Catedral. Sí. Y con una imagen que sale a las calles y que, sólo por eso, atrae a mucha más gente de la que acudiría sin ella. También. Pero, pese a todo lo accesorio, lo importante es la oración y la meditación. Aunque en Sevilla, lo cofrade se haga siempre con el inconfundible y apreciado gusto sevillano.
Por eso, porque no se trataba simplemente de la salida de una imagen, una más de tantas en el calendario, se agradeció que en un momento dado del traslado de ida hacia la Catedral el preste comenzara a dirigir una serie de rezos y meditaciones que, al principio, no se dieron durante las primeras calles del recorrido.
La Hermandad de la Trinidad cumplió con creces con el objetivo marcado. A las cinco y media en punto de la tarde se abrían las puertas de la Basílica de María Auxiliadora para que comenzara a salir el cortejo, que encabezaba la cruz de guía. Seguían numerosas parejas de hermanos con cirios rojos, separados por el guión del quinto centenario, el guión sacramental y el propio estandarte corporativo. Tras la junta de gobierno y la presidencia, iban la Capilla Musical y la Escolanía María Auxiliadora, junto al coro de cámara Capella da Victoria. A continuación, iba el cuerpo de acólitos, con el conopeo basilical y seis ciriales.







Una intensa nube de incienso anunció pronto la salida del Cristo de las Cinco Llagas, que iba sobre las andas habituales de su vía crucis del Miércoles de Ceniza, suspendido este año precisamente por la designación del crucificado de Luis Álvarez Duarte para presidir el Vía Crucis de las Cofradías. Sí que eran novedad los cuatro guardabrisones con apliques dorados y cera roja que iban en las esquinas.
En el momento de la salida, entre los encargados de portar las andas, cuyo único exorno floral eran los lirios morados situados a los pies de la cruz, estaban el presidente del Consejo General de Hermandades y Cofradías, Carlos Bourrelier, y el alcalde de Sevilla, Juan Espadas.
Detrás, cerrando el cortejo, el preste y su acompañamiento, formado por seis acólitos con cirios rojos.














Siendo lunes y a esas horas de la tarde, la cantidad de público que se acercó a la Ronda para ver al Cristo de las Cinco Llagas era bastante aceptable. Se podía caminar junto al Cristo, pero evidentemente no estuvo solo en ningún momento.
Nada más atravesar el arco que da acceso al templo y al colegio salesiano, el Cristo de las Cinco Llagas se dirigió a la calle Madre Isabel de la Trinidad. Antes, aún en la Ronda, dos chicas lloraban abrazadas mirando a los ojos del crucificado.
Un hermano avisaba a capataces y auxiliares (Carlos Villanueva se estrenó este lunes ante el Cristo de las Cinco Llagas) de que varias hermanas del Beaterio de la Santísima Trinidad contemplaban el cortejo desde su puerta. Frente a ésta, las andas estuvieron detenidas durante largo rato, mientras las religiosas le cantaban al crucificado.
Sin embargo, nadie pareció reparar en las hermanas de la Cruz que estaban también en la puerta de la casa natal de Santa Ángela, ante la que el Cristo de las Cinco Llagas no se detuvo, continuando hacia la Plaza del Pelícano. 
Desde ahí, en este traslado de ida, el cortejo siguió por la estrechez de Enladrillada, Plaza de San Román y Peñuelas. En la confluencia entre ésta y Doña María Coronel, hermanos de la Hiniesta y de San Roque esperaban para relevar a los que portaban las andas y continuar ellos desde ahí un tramo del recorrido con el Cristo de las Cinco Llagas sobre sus hombros.














































Cuando dejó atrás Doña María Coronel, el crucificado salió a San Pedro y por la Plaza Cristo de Burgos buscó Sales y Ferré, donde esperaba para portar las andas un grupo de hermanos de la Lanzada.
Por Boteros y Odreros, el Cristo de las Cinco Llagas alcanzó la Plaza de la Alfalfa y se dirigió hacia Jesús de las Tres Caídas, calle que cada Sábado Santo recorre también, pero en sentido inverso. En varios de los balcones de esta calle había colgaduras con la cruz trinitaria y el escudo de la hermandad, como ocurre también en Semana Santa.
El recorrido siguió a continuación por Luchana, donde las puertas de la Parroquia de San Isidoro estaban abiertas y hermanos de las Tres Caídas y de la Virgen de la Salud esperaban con sus respectivos estandartes corporativos. El Cristo de las Cinco Llagas se paró ante ellos durante algunos instantes, antes de continuar por Manuel Rojas Marcos y Argote de Molina.
Aquí la cantidad de público se elevó considerablemente, con un buen número de filas de personas en el cruce de la Cuesta del Bacalao con Placentines, por la que el Cristo de las Cinco Llagas bajó hacia la Catedral.
Hay que apuntar que el ritmo del cortejo fue bastante rápido durante todo el recorrido, hasta las últimas calles de éste, donde se ralentizó notablemente, quizá para cumplir con los horarios previstos.
Finalmente, poco antes de las ocho y media de la tarde, el Cristo de las Cinco Llagas llegaba a la Plaza de la Virgen de los Reyes y entraba en la Catedral por la Puerta de los Palos, mientras las campanas de la Giralda repicaban.





























En cuanto el Cristo avanzó algunos metros ya en el interior de la Catedral, comenzó el rezo del vía crucis junto a la primera cruz de guía, que era la de la Milagrosa. Los cofrades de Ciudad Jardín, en su primera Cuaresma como hermandad de penitencia, se estrenaron en el Vía Crucis de las Cofradías marcando la primera estación con la insignia que el próximo Sábado de Pasión abrirá el cortejo de los nuevos nazarenos de capirote y túnica blanca con escapulario verde.
A partir de ahí, las siguientes estaciones estuvieron marcadas por las cruces de guía de Bellavista, Jesús Despojado, San Roque, San Gonzalo, el Museo, la Candelaria, la Sed, las Siete Palabras, la Quinta Angustia, el Valle, el Calvario, la Esperanza de Triana y la Carretería.















Cuando finalizó el rezo de las catorce estaciones, todas las cruces de guía, que se habían ido colocando delante de las andas conforme se iba completando el vía crucis, se colocaron delante del coro, ante el altar mayor de la Catedral, donde entraron los miembros del Consejo y de la Hermandad de la Trinidad.
Allí esperaba el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, ante el que se volvieron las andas con el Cristo de las Cinco Llagas. En este punto, el arzobispo pronunció las palabras finales del vía crucis afirmando que este acto de rememorar la Pasión y Muerte de Jesucristo, y todo el periodo de la Cuaresma, deben servirnos a los cristianos para “volvernos a la conversión y al cambio de vida”.
Tras recordar que el primer vía crucis en España se celebró en Córdoba, que en Sevilla se debió a don Fadrique Enríquez de Ribera, primer Marqués de Tarifa, en 1521, y que desde Sevilla este acto piadoso se trasladó a América, Monseñor Asenjo pidió a todos los presentes, y especialmente a los cofrades, que empleen la Cuaresma en preguntarse, como San Ignacio de Loyola, “¿qué hago yo por Cristo?”.
En este sentido, incidió en que si Jesús dio su vida por la redención de la humanidad, todos los hombres estamos llamados a entregar también nuestra vida por el prójimo, de forma que consigamos “renovar y fortalecer la fraternidad, amar y servir a nuestros hermanos, especialmente a los que peor lo pasan”.











Con la bendición final a cargo del arzobispo, se dio por concluido el vía crucis y el Cristo de las Cinco Llagas emprendió el regreso a la Basílica de María Auxiliadora, no sin antes acceder a la Capilla Real para situarse a las plantas de la Patrona, Nuestra Señora de los Reyes.
Los miembros del Consejo de Hermandades y Cofradías fueron los encargados de portar las andas en este momento, al que siguió la salida del cortejo atravesando de nuevo la Puerta de los Palos.

















Eran las diez de la noche cuando los hermanos de la Trinidad tomaban la calle Mateos Gago para regresar a su templo después de haber protagonizado una nueva edición del Vía Crucis de las Cofradías de Sevilla.
En el itinerario de vuelta, más directo que el de ida para no entrar demasiado tarde, el Cristo de las Cinco Llagas pasó por San Nicolás, Santa Catalina, los Terceros y San Román, recorriendo íntegramente la calle Sol y pasando por la esquina de la calle que desde la semana pasada está rotulada con su nombre. Posteriormente, sobre las doce de la noche, entraba en María Auxiliadora y la Hermandad de la Trinidad cerraba un día histórico que, curiosamente, ha tenido lugar cuando se cumplen diez años de otro, como fue el de la Coronación Canónica de la Virgen de la Esperanza.

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