viernes, 4 de noviembre de 2016

SEVILLA ARROPÓ AL GRAN PODER EN SU TRASLADO ADELANTADO A LA CATEDRAL


Una mujer se quejaba ayer en la Plaza de San Lorenzo, cuando aún quedaba un rato largo para la salida del Gran Poder: "Siempre me pasa lo mismo; vengo con tiempo para coger un buen sitio y poco a poco la gente me va empujando y empujando, y acabo como una sardina en lata". Otra señora le daba la razón: "Encima que estamos aquí desde las tres y media, que estábamos usted, esta mujer y yo cuando todavía no había nadie".
Es un tópico cofradiero de la ciudad. Son las quejas que, como cualquier otro tema, sirven para rellenar la larga espera hasta la apertura de puertas de un templo para dejar salir a la cofradía. Lo cierto es que no se equivocaron las señoras que se aferraron a una de las vallas instaladas en la Plaza de San Lorenzo con tantísima antelación. Sevilla arropó como cabía esperar a su Señor.
Daba igual que las malas previsiones meteorológicas obligaran a adelantar el traslado a la Catedral en un día; o que el horario inicialmente previsto se retrasara en dos horas (hoy, viernes, habría salido a las cinco y ayer lo hizo a las siete). Sea cuando sea y con la meteorología caprichosa que haga falta, Sevilla iba a estar con el Gran Poder como estuvo ayer, en una procesión de traslado marcada por el respetuoso silencio de la enorme masa humana que en todo momento siguió al Señor desde la salida de su Basílica hasta la Puerta de los Palos de la Catedral.
No faltó la reunión de la junta de gobierno minutos antes de la salida, porque había una cierta posibilidad de que la lluvia esperada se adelantara incluso a la llegada del paso al primer templo de la ciudad. Por ello, se decidió que sí, que habría traslado, pero que el ritmo sería algo mayor para llegar antes de las diez de la noche, hora en principio prevista para alcanzar la Catedral.
Finalmente, con la mayoría de la plaza guardando un expectante silencio, a las siete en punto de la tarde, tal y como anunciaba la campana de la Basílica, las puertas se abrieron y apareció la característica cruz de guía con los atributos de la Pasión que realizara Francisco Antonio Gijón como complemento al magnífico paso del Señor, que marcaría un antes y un después en la concepción de los retablos andantes.
Cerca de mil hermanos con cirios color tiniebla acompañaron al Señor en el cortejo, divididos en siete tramos encabezados por otras tantas insignias: cruz de guía, relicario del Beato Fray Diego José de Cádiz, el canopeo basilical, relicario del Beato Marcelo Spínola, el guión de la Epifanía, la bandera de la Bolsa de Caridad y el estandarte corporativo.









La aparición de los ciriales terminó de callar a la gente. Sólo los vencejos rompían el silencio, los mismos vencejos que se escuchan en la plaza cuando el Gran Poder vuelve a casa en una amanecida de Viernes Santo.
Pero no volvía ahora, sino que se marchaba sin saber (los cofrades, porque Él lo sabía perfectamente) por cuánto tiempo. Después de vestir en la pasada Madrugá la túnica bordada por Teresa del Castillo conocida como la de la corona de espinas, el Señor llevaba su más habitual túnica lisa, así como el invariable exorno floral a base de claveles rojos.
Los Villanueva volvieron a ponerse al frente del martillo para mandar a los costaleros, que hacían caminar al Señor de Sevilla a un paso quizá algo menos abierto de lo que es habitual en la Madrugá. Nada más salir, el paso se encaminó a San Lorenzo, en cuya puerta estaban los estandartes de las hermandades de la Bofetá y la Soledad. El Gran Poder se volvió completamente ante ellas, se detuvo y los cofrades vecinos rezaron el Padre Nuestro.
A continuación, el paso se levantó con un golpe seco del llamador y volvió a girar para recorrer el pasillo central de la plaza, perfectamente alfombrado de color rojo. No se detuvo hasta alcanzar casi la calle Conde de Barajas, repleta, como todo el recorrido de este traslado, de una grandísima cantidad de cofrades y devotos.




















Desde Conde de Barajas, el Señor siguió un itinerario muy especial por un pequeño tramo de la calle que lleva su nombre, para seguir a continuación por Santa Bárbara, Delgado, Amor de Dios, García Tassara, Daoiz (con parada en la Parroquia de San Andrés), Orfila (parando ante la Hermandad de los Panaderos), su añorada calle Cuna, Plaza del Salvador (deteniéndose igualmente ante las cofradías que residen en la antigua Colegial) y Álvarez Quintero.
En la misma esquina con Entre Cárceles se paró antes de bajar por esta calle y Francisco Bruna a una Plaza de San Francisco sin palcos, más popular que oficial, siendo acompañado en su tránsito por ella por quienes trataban de aprovechar los escasos huecos libres existentes entre el gentío.
Pero no siguió hacia la Avenida de la Constitución como cada Madrugá, sino que giró a la izquierda en dirección a Hernando Colón, buscando Alemanes y Placentines.


























Por fin, el Señor del Gran Poder alcanzó la Plaza de la Virgen de los Reyes a eso de las nueve y media de la noche. El silencio, nota predominante a lo largo del itinerario, se hizo verdaderamente impresionante en un lugar tan amplio y habitualmente bullicioso, pese a la enorme cantidad de personas que la llenaban.
A los mismo pies de la Giralda se detuvo el paso antes de seguir hasta la altura de la Puerta de los Palos, momento en que los Villanueva mandaron la izquierda ‘alante’ y la derecha atrás para que el Señor mirase a la multitud y la multitud a Él, entrando de espaldas en el atrio, donde dio un giro de ciento ochenta grados para atravesar el dintel caminando de frente hacia el interior de la Catedral, que lo recibió con un sonorísimo repicar de las campanas de la Giralda.








Una vez dentro, el Gran Poder fue conducido hasta el altar del Jubileo, donde durante toda la mañana de este viernes ha estado recibiendo la visita de sus devotos incondicionales, presidiendo además las distintas misas que han tenido lugar. 
Entre blandones con cera blanca y jarras del paso de palio de la Virgen del Mayor Dolor y Traspaso con claveles rojos, el Gran Poder ha hecho suyo el templo metropolitano bajo la atenta mirada de la Inmaculada Concepción, San Isidoro y San Leandro.












En la Catedral presidirá el Señor, a partir de las cinco de la tarde de este sábado, el jubileo para hermandades y cofradías del Año de la Misericordia, con eucaristía oficiada por el arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo. El regreso a su Basílica ya no será a las ocho, como estaba previsto, sino que la previsión de lluvia ha obligado a retrasarlo en principio hasta las once de la mañana del domingo, cuando Sevilla tendrá de nuevo ocasión de rendirse por las calles ante Él, ahora bajo la plena luz del día.

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